Soberanía es una palabra que no suena mal. Habla de independencia. Habla de libertad. Describe claramente el espacio donde se puede decidir sin imposiciones. Cualquiera querría aplicársela. Todo el mundo hace gala de serlo y hasta de parecerlo.
Sin embargo todo cambia cuando le añadimos, por lo menos en nuestro país, el adjetivo nacional. Soberanía y nacional. Aquí, en este mismo instante, llegados a este punto, se jorobó el invento. Ya la cosa suena mal. Habla carcunda. Define el espacio del facherío. Nadie lo querría. Y todo el mundo lo rehuye.