Varias personas me dijeron que debía escribir sobre lo que había pasado. La escritura podía ser la mejor manera de conjurar los fantasmas que me estaban asediando e invadiendo. A todas les dije que sí, que tenían razón, que tal vez después lo iba a hacer. Que ajá.
El caso es que nunca lo hice. O por lo menos hasta hoy.
Al principio podía recordarlo toda con claridad cronómetrica: minuto a minuto a partir de las 7:38 de la noche del 2 de mayo cuando David Roa me llamó a decirme: “Hermano. Se robaron su primera edición de Cien años de soledad”. Sigue leyendo