Las crónicas de Guillermo. Por Víctor Casaus y Guillermo Rodríguez Rivera


El Centro Pablo quiere seguir recordando a nuestro hermano Guillermo Rodríguez Rivera a través de las palabras que siguen y que el autor colocó al principio del libro Las crónicas de Segunda Cita, que Ediciones La Memoria publicó este mismo año.

Las recordaciones ya presentes y los futuras incluirán los variados e intensos brillos de la inteligencia y la agudeza de Guillermo y seguramente abarcarán su poesía temprana y consecuente, su ensayística profunda y amena, su narrativa también portadora del (buen) humor que acompañó felizmente todas esas aventuras de la imaginación que el autor nos fue regalando a lo largo del tiempo.

Aquí van entonces estas palabras que cuentan de otro de sus oficios sagaces: el de periodista polémico, el de analista sincero de las realidades circundantes (las globales y los cercanas). Sobre ellas nos ofreció sus opiniones y apuntes en los últimos años, como entradas en el blog de otro hermano querido, Silvio Rodríguez.

Continúan, entonces, junto a Guillermo, los debates necesarios.

Víctor Casaus

AL LECTOR

Víctor Casaus, además de ser poeta y ensayista y el innegable promotor de la novísima trova cubana, lleva su capacidad de promover mucho más allá del culto a la guitarra, que ha conce­bido limpia de polvo y paja.

A ello le ayudan los diversos instrumentos que ha conformado en el Centro Pablo de la Torriente Brau, que dirige y que incluye una editorial capaz de poner en blanco y negro muchos textos interesantes. Por eso, me honró que me propusiera editar una selección de las crónicas que he publicado en Segunda Cita, el blog de Silvio Rodríguez, casi desde que se fundó.

Debo decir que inicialmente no me pareció posible conformar un libro con esos trabajos, pero la joven Patricia Ballote Álvarez se encargó de recopilarlos y al final he topado con más de trescientas páginas que hablan de casi todo lo humano y de un poco de lo divino.

En verdad, la de periodista fue una de mis primeras vocacio­nes. Y ciertamente el primero de mis trabajos. Empecé a los 18 años escribiendo para la revista Mella, que era el órgano de la Asociación de Jóvenes Rebeldes. Llegué allí para hacer crítica de cine, pero, muy rápido, Carlos Quintela y Esther Ayala, director y jefa de redacción de la publicación, me fueron convenciendo para que abordara muchos otros asuntos, para que verdaderamente me convirtiera en un periodista. Mella fue un sitio donde empezamos a madurar muchos jóvenes picados por la voluntad de escribir, de hacer una obra de cultura: allí se fraguó mi amistad con Víctor Casaus y Silvio Rodríguez.

Periodista fui también después, cuando Edel Suárez me invitó a ser redactor cultural en Radio Reloj Nacional, que él dirigía, o cuando trabajé como secretario de redacción de la revista Cuba o, después, en la revista RC, que dirigía Lisandro Otero.

En algún momento pensé en ser periodista titulado, pero luego me convencí de que el oficio del periodista no es en verdad un saber teórico, sino una habilidad que se adquiere a partir, sin duda, de una formación humanística. José Martí, el mayor de los periodistas cubanos, no estudió la profesión, sino que fue abogado y doctor en Filosofía y Letras.

Ahora mismo no recuerdo si Silvio me invitó a colaborar en su blog, o se me ocurrió a mí enviarle algún trabajo que presumía que no iba a poder colocar en otro sitio. Lo cierto es que Segunda Cita hizo renacer a aquel periodista de mi primera juventud, tal vez jubilado demasiado pronto. Un día me preguntaron: “¿Por qué usted no tiene un blog?”. Respondí: “¿Quién dice que no lo tengo? Mi blog es Segunda Cita”. En verdad, lo quiero como una parte mía.

En estos días, releyendo estas páginas y otras más que creí que no hacían el grado para estar aquí, he comprobado cuánto he escrito para Segunda…, también acaso porque la generosidad de su dedicado editor me ha permitido expresarme con una libertad que no ceso de agradecerle.

Estas crónicas abordan asuntos nacionales ‒casi siempre po­lémicos‒ e internacionales, pero preferí no encasillarlas así, tal vez porque hay algunas que transitan de un lugar al otro, en un mundo interconectado. Me pareció mejor dejarlas aparecer generalmente con la misma naturalidad con que se publicaron.

Algunas veces incluyo algún comentario casi siempre discre­pante sobre algunas de ellas y mi respuesta al mismo.

Las hay de muy variados tiempos, y también muy variados colores, pero creo que todas ellas tienen algo que decirnos hoy. Ojalá el lector me acompañe en ese parecer.

Guillermo Rodríguez Rivera

Como ejemplo de las crónicas de Guillermo, al publicar en La pupila insomne este envío del amigo Víctor Casaus incorporamos esta crónica de mucha actualidad publicada en Segunda cita el 24 de febrero de 2014. 

¡Qué fallo! Por Guillermo Rodríguez Rivera

Las verdaderas revoluciones son siempre difíciles. Che Guevara sabía algo de eso y decía que, en las verdaderas, se vence o se muere, porque una revolución no es una tranquila, pacífica obra de beneficencia, como cuando las encopetadas damas de la alta sociedad salen a hacerle caridad a los que no tienen justicia.

Una revolución es un vuelco, una ruptura, un abrupto cambio de perspectiva. Es cuando los oprimidos dejan de creer en que los que mandan –los que los oprimen– tienen la verdad de su lado, y piensan que el mundo puede ser diferente de como ha sido hasta entonces.

Pero claro que los opresores no se resignan a abandonar sus posiciones de dominio y luchan a vida o muerte por ellas, aunque aparentemente, los “otros” sean sus connacionales: enseguida se enajenan de la mayoría del pueblo, porque las revoluciones –no los golpes de estado– siempre son obra de la mayoría.

En un respetuoso diálogo con el presidente venezolano aunque no tanto con sí mismo, el cantautor Rubén Blades, hace años uno de los abanderados de la canción social en América Latina, expone su concepto de revolución:

            Para mí, la verdadera revolución social

            es la que entrega mejor calidad de vida a

            todos, la que satisface las necesidades

            de la especie humana, incluida la necesidad

            de ser reconocidos y de llegar al estadio

            de auto-realización, la que entrega oportunidad

            sin esperar servidumbre en cambio.

            Eso, desafortunadamente, no ha ocurrido

            todavía con ninguna revolución[1].

Ni va a ocurrir en ninguna revolución verdadera, Rubén. No era sino la voluntad de mejorar la calidad de vida de la gente lo que inspiró la Reforma Agraria cubana, que entregó parcelas a miles de campesinos sin tierra y, esencial para procurar mejor calidad de vida, fue la alfabetización cubana de 1961, –porque no hay autorrealización sin saber leer– pero enseguida llegaron la invasión de Bahía de Cochinos y el bloqueo económico que es repudiado cada año en la ONU, aunque acaba de cumplir 52.

Me fascina esa idea de que una revolución social “satisface las necesidades de la especie humana”, y claro que eso solo lo hace una revolución cuando se la ve históricamente: no habría democracia ni derechos humanos sin la prédica de los iluministas: sin Voltaire, Montesquieu, Rousseau, pero los que llevaron adelante esas ideas en la práctica social, los que las impusieron como “necesidades de la especie humana” –Danton, Marat, Robespierre , porque las monarquías gobernaban por derecho divino– guillotinaron a la aristocracia francesa que se rebeló contra ellas, la aristocracia que ahogaba en sufrimientos, en miseria los derechos de los sans culottes, acaso los que Evita Perón llamó en su momento “los descamisados” y Martí “los pobres de la tierra”. 

El tiempo ha pasado, nos recuerda Blades, pero los derechistas venezolanos llaman “los tierrúos” a esos pobres sin zapatos que ellos explotan en el siglo XXI. Es imposible que una revolución haga felices a los dos grupos, porque la revolución va a dar justicia, y hacer justicia no es una fiesta de cumpleaños.

Es decir que nunca ha habido una revolución social como entiende Blades que debe ser. ¿Será que él no sabe lo que es una revolución social? Según se deduce de lo que escribe, no lo la sido ni la inglesa, ni la francesa, ni la rusa, ni la mexicana, ni mucho menos la cubana que lideró Fidel Castro. Presumo que tampoco la venezolana de hace doscientos años, pese a que Blades escribe de esa Venezuela que ama como “el pueblo de Bolívar”. Y ¿qué hizo el Libertador? ¿Una tranquila y plácida obra de bienestar social? No gritó Patria o Muerte, sino que firmó un decreto de guerra a muerte para los enemigos de la patria, que eran los de la revolución.

Blades no sólo lo proclama ahora en esa respuesta a Maduro, sino que lo cantaba en sus canciones latinoamericanistas: “de una raza unida, la que Bolívar soñó”. Entonces, ¿el intento de realizar el sueño de Bolívar no es el proceso integrador que emprendió Chávez, y que enfrenta a un imperio que nos quiere divididos, sino que únicamente servirá para mover el culo bailando salsa? Y cantar a voz en cuello: “A to’a la gente allá en los Cerritos que hay en Caracas protégela”. A “to’a esa gente” la protegen, además de María Lionza, los médicos de Barrio Adentro, porque esos que gritan y agreden en las calles no se ocuparon jamás de la salud de los venezolanos humildes.

Tal vez fue María Lionza la que los mandó a bajar de los Cerritos, cuando el golpe de estado de abril de 2002, para sitiar el ocupado palacio de Miraflores y exigir el regreso del presidente que habían elegido.  No te dejes confundir, Blades, “busca el fondo y su razón”, y trata de entender las revoluciones de la historia, no las que soñamos para tranquilizarnos.

Para Blades, el programa político del chavismo “obviamente no es aceptado por la mayoría de la población”. Lo que quiere decir que la mayoría que eligió a Maduro, no lo es.  Blades ignora las 18 elecciones ganadas por el chavismo y el casi 60% de votantes que el PSUV obtuvo en las elecciones de diciembre –que la derecha dijo que sería un plebiscito– y declara mayoría a los representantes de la vieja derecha derrocada por Pablo Pueblo, porque ese hombre –nos recordó Neruda–  despierta cada doscientos años, con Bolívar.

Me recuerdo a mí mismo, en los años setenta, en el antiguo apartamento de Silvio Rodríguez, con su puerta negra en la que había golpeado el mundo, descubriendo los primeros trabajos de Rubén Blades con la orquesta de Willy Colón. Nos encantábamos de encontrar una salsa patriótica, “La maleta”, aunque sabíamos que no eran ideas unánimes entre los latinoamericanos. Ninguna idea hondamente renovadora consigue apoyo unánime, al menos cuando aparece: el poder establecido –eso que los norteamericanos llaman stablishment– tiene muchos resortes, muchas maneras de “convencer”, de imponer sus intereses, y sabe que son pocos los que no ceden ante ellos.

Una cosa es cantar y otra vivir lo que se canta, y cantarlo en todas partes. Tengo vivo el recuerdo de ese extraordinario salsero que es Oscar D’Leòn, cantándole, en los años ochenta, a un público cubano que lo adoraba, que llenaba un coliseo de 15 mil localidades para escucharlo y cantar con él. Lo recuerdo feliz, arrojándose al suelo del aeropuerto de La Habana para besar la tierra de la isla al partir y, a las semanas, lo vi abjurando de su viaje a Cuba, cuando los magnates del disco en el Miami contrarrevolucionario, lo acusaron de comunista por cantar en La Habana, y amenazaron con cerrarle todas sus puertas, que eran también las más lucrativas de su realización como artista.

Oscar sabía que esa derecha, esa burguesía –y mucho menos el poder imperial que tenían detrás– no bromeaban: a Benny Moré, que era el mejor cantante de América Latina, la RCA Víctor no le grabó un disco más cuando decidió quedarse a vivir y a cantar en la Cuba revolucionaria.

Todo me lo explico, pero tengo la tristeza de que ya no podré escuchar a Rubén Blades como ese cantor de nuestra América que quiso ser. 

[1] Respuesta de Rubén Blades a Nicolás Maduro

¡Eureka! Una foto desconocida de Pablo. Por Leonardo Depestre Catony


En medio de una puja simbólica por ver cuál de los dos “descubría” primero una foto inédita o desconocida de Pablo de la Torriente Brau, declaro públicamente a Víctor [Casaus] como vencedor. Y no me considero derrotado; al contrario, todos los pablianos, que cada vez somos más, estamos jubilosos por el hallazgo, porque después de todo ganó quien merecidamente aceptamos como presidente de los pablianos cubanos. Sigue leyendo

A 50 años de la revista Pensamiento Crítico. Por Eduardo Heras León y Fernando Martínez Heredia


Mucho agradecemos a nuestro amigo y colaborador Víctor Casaus, quien nos envía, desde el Centro cultural Pablo de la Torriente Brau, las palabras de Eduardo Heras León en la apertura del Coloquio Con arreglo a esta opinión trabajaremos A 50 años de Pensamiento Crítico, que se realizó el 21 de febrero en la Casa del Alba Cultural, y las que -en breves párrafos- Fernando Martínez Heredia leyó al finalizar las actividades de las tres mesas de debate que se desarrollaron durante todo ese día.91-fileminimizer Sigue leyendo

Con Amadito del Pino, otra vez. Por Víctor Casaus


Este 6 de febrero, en la Sala Llauradó, nos reunimos teatristas y gente amiga de Amadito del Pino para esa sesión de creciente emoción, en honor a su memoria, su talento, su humor, sus obras (teatrales y humanas), su vida. Sigue leyendo

 A guitarra limpia en San Antonio de los Baños. Por Víctor Casaus 


El Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau recibirá el homenaje de instituciones y gentes amigas de San Antonio de los Baños el próximo jueves 22 de septiembre en el Museo del Humor de esa villa, dentro de la jornada Veinte que sí son.
 
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Crónica en las vísperas. Por Víctor Casaus


dirán exactamente de fidel
gran conductor el que incendió la historia etcétera
pero el
pueblo lo llama el caballo y es cierto

Estas primeras líneas del poema de Juan Gelman dedicado a Fidel, incluido en la edición de su libro Gotán, en la Argentina, en 1962, estuvo por supuesto rondando, desde hace días (¿semanas, meses?) la idea de escribir algunas palabras para/por el cumpleaños de Fidel que es mañana: que es ya hoy, en esta madrugada no tan calurosa del día 13 de agosto aquí en la Habana del Este, donde estoy tecleando estas líneas. Sigue leyendo