El rechazo al dinero. Por Carlos Ávila Villamar


La estructura económica constituye una tecnología tal como el vapor, el carbón o el petróleo. Trata de aprovechar al máximo el trabajo de los seres humanos a fin de generar riquezas (algunos especificarían que materiales y espirituales, yo preferiré no ahondar en el asunto por el momento). Antes del dinero existía el trueque, como sabemos. El origen del trueque es la convencionalización de la gratitud. A medida que pasaba el tiempo se hacía más convencional que un aldeano, si quería que le dieran pescado, llevara como muestra de gratitud al menos unos cuantos troncos de leña. Por un pescado se debían llevar veinte troncos, digamos. Después apareció el dinero, que hizo más fácil la vida de las personas, porque puso un centro de gravedad a las distintas tasas de gratitud. Un pescado equivalía a veinte troncos y a su vez equivalía a una bolsa de trigo (el dinero era el trigo, supongamos). La sociedad podía planificar su trabajo con mayor eficiencia gracias al dinero. Las personas no trabajaban más necesariamente: las riquezas del mundo aumentaron porque se experimentaban nuevas tecnologías económicas. Algunas de ellas nefastas, tales como la esclavitud. Pero la esclavitud se sostuvo porque en su lógica era más eficiente que el estado tribal. La gratitud en su concepción originaria, la electiva, sobrevive en nuestro tiempo en el ambiente familiar o social, pero si queremos un par de zapatos nos encontramos obligados a dar dinero por ellos. Esto no es negativo, ni resulta propio del capitalismo. Sigue leyendo

¿Fuera de la Revolución? Por Carlos Ávila Villamar


En los últimos días se ha hablado bastante acerca de la definición de lo revolucionario en contraste con lo contrarrevolucionario. Alguien habrá sentido temor ante este binarismo y habrá hecho alguna comparación desafortunada. Creo que el temor se sostiene gracias a dos identidades falsas. La primera, identificar la Revolución con el gobierno o peor, con su presidente. La segunda, identificarla con una serie de disposiciones específicas venidas del gobierno. Hasta yo sentiría miedo si existiera esa identidad absoluta, que en realidad constituiría una maquinaria de preservación de un estado de cosas, todo lo contrario a lo que una revolución debería ser. A continuación ofreceré mi modesta forma de ver qué es lo revolucionario y lo contrarrevolucionario, y por qué no debe temerse a esta oposición, cuya naturaleza no es política. Sigue leyendo

El fantasma del nacionalismo. Por Carlos Ávila Villamar


He estado leyendo un artículo en Rialta Magazine con particular interés. En resumen señala que la idea de una nación fallida es paradójica, porque la nación solo puede ser entendida como un estado de cosas en constante transformación. Para hablar de una nación fallida (no de un gobierno fallido, que es distinto) debe uno remitirse a un punto modélico que, por inexacto y arbitrario, termina por ser siempre contraproducente en cualquier análisis. La nacionalidad cubana en sí (una condición cultural), por tanto, no habría estado en crisis durante la dominación española, ni durante los gobiernos entreguistas de la primera mitad del siglo pasado, ni durante la etapa revolucionaria (o como se le prefiera llamar, según el juicio que se tenga sobre ella). El autor cree encontrar una visión semejante de lo que significa la nación en ambos lados del Estrecho de la Florida: son capaces de proyectar un deber ser no solo en cuanto a un gobierno o a un modelo de estado, sino en cuanto a una cultura. Trataré de que mi postura política no afecte la objetividad de lo que estoy a punto de exponer. Sigue leyendo

Perspectivas de la empresa privada. Carlos Ávila Villamar


Hace poco abrió el mercado mayorista para las cooperativas no agropecuarias. Como sabemos, las cooperativas constituyen una alternativa a la división entre empresa estatal y empresa privada: en ellas se estaría tratando de conservar la competitividad y la eficiencia que tradicionalmente se le atribuyen a la empresa privada, a la vez que se eliminaría la figura parásita del capitalista. Las grandes empresas jamás podrán ser cooperativas, es cierto, pero en apariencia no existe una razón para que no puedan serlo muchas de las pequeñas empresas, y entonces en apariencia no existiría una razón por la que no vender a precios preferenciales a las cooperativas, dándole ventajas sobre las empresas privadas. Sin embargo, las ineficiencias de la economía cubana han creado un fenómeno inverosímil: no pocas cooperativas han aprovechado esta ventaja y se han convertido en meras intermediarias de la empresa privada. Pueden vender los productos en el mercado negro a precios más bajos que las tiendas comunes, pero aun así sacar algún beneficio. De esa forma, muchas cooperativas vinculadas a la gastronomía son simples fachadas de un negocio fácil de reventa, que por supuesto queda fuera de los libros. No es de su interés conseguir una mejora en los servicios, basta que las cuentas le permitan sostener la farsa ante la institución. Ergo, el mecanismo sirve a dos parásitos en vez de a uno: al intermediario y al capitalista. Sigue leyendo

El color engañoso de los mapas. Por Carlos Ávila Villamar


Miles de cubanoamericanos votaron por el ahora presidente republicano Donald Trump. No porque quisieran una política de mano dura con Cuba, sino por la brillosa promesa de que en los próximos años ellos iban a ganar más dinero. Creo que es una manera bastante sencilla de resumirlo. No pretendo juzgar, sin embargo, un asunto que es más bien idiosincrático. Muy probablemente esos cubanoamericanos, que dieron su apoyo a un presidente neofascista, estuvieran pensando gentilmente en ganar más dinero para ayudar a sus familias en Cuba. Muchos de esos cubanoamericanos quizás no llevaran tanto tiempo en el país como para saber que los presidentes rara vez cumplen sus promesas electorales. Sigue leyendo

Subvención y competencia. Por Carlos Ávila Villamar


Partiré de un ejemplo simple que habrá sido objeto de debate en no pocos centros educativos durante las reuniones previas al oportuno, afortunado Congreso de la FEU, próximo a celebrarse: las habituales quejas acerca de la comida en las residencias estudiantiles. Al asunto suelen buscársele soluciones, no hay duda. Se hacen chequeos, se aumenta la exigencia, se habla con los trabajadores, se expulsan los incorregibles, se contratan nuevos, hasta se pintan las paredes y se da uno que otro postre inesperado en una fecha significativa. Pero a los dos meses el comedor suele regresar a su estado original, y la lucha de los estudiantes debe comenzar de nuevo. Los fallos no son producto de incidentes azarosos, hay condiciones permanentes que los engendran. Las sugerencias son importantes para un centro de trabajo, pero no puede recaer todo el peso en ellas, es como si un cuartel de bomberos necesitara que una familia se quemara cada tantos días para volver a tomarse en serio el trabajo. Sigue leyendo